Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Sobre el trabajo y sus condiciones, antes y después de un 1 de mayo

Buenos días, en este festivo dedicado al trabajo y a las personas trabajadoras. Aniversario de aquel tiempo aciago en que comenzó una huelga en Estados Unidos, en 1886, que iba a cambiar la historia. ¿El objetivo? Pues el de intentar reducir la jornada laboral a ocho horas. Algo que hoy nos parece absolutamente razonable, y sobre lo que incluso se plantean nuevos recortes, pero que en aquel momento significó una verdadera revolución. Tengan ustedes en cuenta que, por aquel entonces, sólo había un límite: no hacer trabajar a alguien más de dieciocho horas seguidas, salvo que hubiese una causa justificada para ello. Con ello, lo habitual era que en las fábricas trabajasen adultos y niños, con jornadas extenuantes y apenas derechos.

Ya sabrán ustedes que la cuestión de la huelga terminó mal... y bien. Mal para sus protagonistas, y en especial para cinco de ellos, de diversas nacionalidades. Y es que, en Chicago, los enfrentamientos entre los huelguistas y las fuerzas de orden público fueron violentos, y hubo mucha represión, con heridos en ambos grupos. Pero tal situación se recrudeció aún más cuando, tras tres días, el 4 de mayo se produjo la explosión de un artefacto preparado al efecto, en la plaza Haymarket, en el seno de una concentración convocada dentro de los actos reivindicativos. Falleció un policía, hiriendo a otros. Hubo muchas detenciones y... un juicio en el que fueron procesadas ocho personas. Cinco de ellas fueron finalmente condenadas a morir en la horca, aunque uno de ellos, el más joven, se suicidó antes en la cárcel. Son los llamados “mártires de Chicago”, tres periodistas, un carpintero y un tipógrafo. Los otros tres fueron enviados a prisión.

Así, el 11 de noviembre de 1887 George Engel, Adolph Fischer, August Vincent Theodore Spies —alemanes los tres— y Albert Parsons, estadounidense, fueron asesinados en la horca. Y déjenme que diga asesinados porque, a posteriori, se constataron grandes fallos en un juicio que se demostró como netamente ideológico, con defectos en la carga de las pruebas y otras muy graves anomalías. En particular, a posteriori se pudo saber que Albert Parsons ni siquiera estuvo presente en el lugar. Además, el también alemán Louis Lingg se había suicidado en su celda. Al tiempo, Samuel Fielden, inglés, y Michael Schwab, alemán, fueron condenados a cadena perpetua. Y, por último, el estadounidense Oscar Neebe recibió la condena de quince años de trabajos forzados.

A posteriori, ya en 1893, el 26 de junio los tres condenados no ejecutados fueron indultados por el entonces Gobernador del Estado de Illinois, John Peter Altgeld, después de calificar las condenas como resultado de un momento de histeria, con un juez y jurado parcial. El mismo Gobernador recalcó entonces que nunca el Ministerio Fiscal pudo probar de forma fehaciente quién había arrojado la bomba, sin que hubiese evidencias de relación o conexión entre los acusados y tal hecho. Además, en aquella resolución se criticó a las autoridades por la dura represión de las concentraciones en el contexto de la huelga, por parte de la agencia de seguridad Pinkerton, que no había dudado en la utilización sistemática de armas de fuego para tal menester.

Eso sí, a quien le habían quitado cruelmente la vida... ya no pudieron devolvérsela. Por eso es de recibo que, pasado el tiempo, seamos conscientes de qué pasó y qué consecuencias tuvo en el momento y en el largo plazo. Hoy todos nosotros y nosotras disfrutamos en las diferentes actividades laborales de realidades que pueden ser mejores o peores, pero que en cualquier caso nada tienen que ver con las condiciones de trabajo de entonces. Todo ello es consecuencia de un proceso largo, a lo largo de los años y las décadas, pero que tiene un punto de inflexión claro en los hechos narrados. Un camino en el que personas concretas lucharon, se pusieron en peligro e incluso a veces perdieron la vida por mejorar la de los y las demás. Y, como nadie desaparece definitivamente mientras se le recuerde, aquí queda mi contribución en tal sentido: recordando a quienes, en su reivindicación por lo que consideraron justo para todas las personas, fueron vilipendiados y masacrados a partir de los hechos acaecidos desde un 1 de mayo. Por eso en este día, festivo en la mayoría de países del mundo, se celebra el Día de las personas trabajadoras, desde que así fuese establecido en el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889. Una fecha que, curiosamente, se celebra en otro día y con otra conmemoración en Estados Unidos, por el temor en su día de que tal elección reforzase el movimiento socialista.

Feliz Día del Trabajo. Feliz 1 de mayo. No, hoy no es solamente un día festivo. Es, también, una efemérides.